martes, julio 22, 2014

El Pirata Viajero


La suave brisa del mar se mezclaba armónicamente con el impetuoso son de un viejo cantico marinero. ¿Qué haremos con el marinero borracho? cantaban algunos bravos tripulantes del "Tiburón del Caribe". Afeitar su vientre con una hoja oxidada replicaban los demás. Aquella popular canción irlandesa unida a la esperanza de alcanzar inhóspitos lugares, les daba la fuerza necesaria para realizar los pesados quehaceres de aquél fabuloso barco.

Se trataba de un bergantín robado hace años a un descuidado capitán de la armada española. Tras lograr la captura del terrible pirata apodado "El Jamaicano", éste se aprovechó de las ansias de aventura de un joven marinero. No hicieron faltas amenazas para ser liberado, tan sólo una simple promesa de viajes y aventuras. El resto lo cuentan las crónicas. Aprovechando la oscuridad de aquella noche sin luna, la tripulación fue pasada a cuchillo y sustituida por otra en la isla Tortuga.

Ahí me encontraba yo, de pie en el puente de proa observando orgulloso a mis hombres trabajar. Sí, aquel jovenzuelo aventurero se había erigido tras la muerte del Jamaicano en el dueño del "Tiburón del Caribe". No fue fácil. Mi mentor me enseñó con disciplina y paternal dedicación los secretos para convertirme en lo que soy. Sí, yo Miguel "el Vasco" me había convertido en uno de los más temibles tiburones que surcaban el mar Caribe.

Los relatos de viejos marineros que volvían de las Américas me habían llevado siendo un imberbe adolescente al Puerto de Palos para embarcar en un majestuoso bergantín. Mis primeros días fueron duros. No conocía nada de la mar y mis compañeros de viaje no parecían deseosos de compartir sus conocimientos conmigo. Además, el continuo vaivén del barco y la escasez de comida no ayudaban demasiado.

Un día, tras cruzarnos con una isla pregunté, ¿Podríamos fondear aquí y conocer esa isla? ¡Muchacho! ¿tanto calor te ha quemado la sesera? Me respondieron. Así, se fueron sucediendo los fabulosos lugares que no íbamos a visitar y las burlas de mis compañeros. Quería aventura. Quería descubrir mundo. Quería sentirme libre en el vasto océano. Quería lo que los demás no querían.

Conforme aumentaba la monótona rutina del mar, también lo hacían los inquietantes relatos de piratas. El Mar Caribe se iba acercando y con él el coto de caza de los llamados Hermanos de la Costa. ¡No hacen prisioneros! Decía un veterano marinero. ¡Los protege el mismísimo Diablo! decía otro.

De pronto, en el mediodía de un día soleado apareció lo que todos esperaban pero nadie quería. Un pabellón tan negro como el carbón guiaba una jauría de lobos de mar ansiosos por capturar una nueva presa. La calavera y los dos huesos cruzados no dejaban lugar a dudas. ¡Eran Piratas! ¡Preparados para el combate! ¡Todos a vuestros puestos! Voceaba de un lado a otro nuestro capitán.

Tras un tímido intercambio de cañonazos, aquellos filibusteros nos abordaron. Luchaban con mucho tesón y mucha virulencia, pero nuestro capitán con inteligencia. Sufrimos bajas, muchas bajas diría yo; pero ellos muchas más. Finalmente los temores de la tripulación se disiparon al comprobar que tan fiero no era el rival. Aquellos piratas fueron condenados al acero de nuestras espadas. Su capitán al hierro de unas esposas.

Quedaban pocos días para llegar a nuestro destino y mi ánimo iba mejorando. No por la cercanía del Puerto de la Española, sino por la conversación que me daba el malogrado pirata. Viajar por todo el mar Caribe descubriendo los más magníficos lugares, vivir sin las restricciones de la sociedad... La Armada nunca pudo ofrecerme lo que me estaba ofreciendo mi hermano de la costa.

El fin del cántico me devuelve a la realidad. ¿Qué haremos esta veraniega mañana? ¿Qué océano cruzaremos? ¿A qué inhóspitos lugares llegaremos? Me preguntaba cada vez que escuchaba esa canción. ¿Qué haremos con el marinero borracho? Volvió a gritar un pirata. ¡Afeitar su vientre con una hoja afilada! Respondí yo.

Chechu,
23/07/2014

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