domingo, noviembre 04, 2012

John Stockton


14 de junio de 1998. Un sensacional intercambio de papeles ante una absurda decisión defensiva de Ron Harper permite a Karl Malone asistir a John Stockton para colocar a los Utah Jazz a un paso de la gloria. Acto seguido, Michael Jordan logra devolver la intranquilidad al equipo de Salt Lake City gracias a uno de esos espectaculares quiebros que tantas veces le hemos visto hacer. Quedan pocos segundos. El equipo mormón necesita meter una canasta para devolver la tranquilidad a sus aficionados. John Stockton hace lo que mil y una vez ha hecho en su carrera, pasar el balón al poste en donde se encuentra Karl Malone. No obstante frente al "Cartero" no se encuentra un jugador de baloncesto, sino Dios disfrazado de jugador de baloncesto. Utah gana de uno. Si quieren ganar, Byron Russell debe de parar al número 23 del equipo vestido de rojo. Jordan arranca el dribbling. Russell se tropieza. El tiempo se para. Jordan también. Russell no puede hacer más que mirar como Michael Jordan se levanta tras la línea de 4 metros y medio para anotar la canasta más famosa de la historia del baloncesto. 




Aquella canasta supuso la definitiva coronación del llamado rey de reyes del mundo del deporte de la canasta. Michael Jordan hizo cosas difícilmente repetibles; pero, sin lugar a dudas, la retirada de Jordan no hubiera sido la misma si no hubiera metido aquella canasta. En el otro lado de la balanza, aquella canasta supuso el final de la ilusión para uno de los mejores equipos de la historia del baloncesto: los Utah Jazz de mediados de los noventa. En una sociedad que valora ante toda las cosas los títulos, los diplomas y los premios, debe de ser muy duro no ganar nada cuando eres, indiscutiblemente, uno de los mejores. El auto-reconocido equipo mormón, hizo vibrar a los aficionados de la localidad de Salt Lake City durante tres años maravillosos en donde no bajaron de las 60 victorias durante la temporada regular. En la primera de ellas, tuvieron que ver como los Rockets de Olayuwon les eliminaban en primera ronda a pesar de haber obtenido 60 victorias durante la temporada regular. La segunda de ellas, en la que sus 64 victorias supusieron su record histórico de victorias durante la temporada regular, se saldó con la derrota en las finales de la NBA ante los Bulls. Posteriormente, Michael Jordan se encargó de elevar a momento de leyenda el desenlace de la última.

Cuando se escucha hablar de los Jazz de mediados de los noventa, en seguida salen dos nombres, dos de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos, John Stockton y Karl Malone. Ambos, miembros del Hall of Fame, del genuino Dream Team y de aquella lista que se publicó de los cincuenta mejores jugadores del siglo pasado, entretuvieron a los aficionados con su ya mítica conexión. Sin embargo, no estaban solos. El quinteto titular se completaba con Jeff Hornacek, uno de los mejores tiradores que ha habido en la NBA, Byron Rusell, el perfecto jugador todo- terreno, y Greg Ostertag, una verdadera muralla defensiva. Además, aquel equipo contaba con un banquillo de auténtico lujo. Howard Eisley, Antoine Carr, Greg Foster, Shandon Anderson y Adam Keefe hacían que el equipo no desentonara cuando ellos salían a la cancha.

La mayor virtud de aquel equipo era, sin dudarlo, la asombrosa conexión que tenían entre ellos. Todo el mundo siempre ha hablado del dúo Stockton / Malone, pero viéndoles jugar se comprueba que la conexión era entre todos ellos. La razón de aquello era un jugador sin el cual los Jazz nunca hubiera logrado nada. John Stockton no era el más rápido, no era para nada fuerte, no era el mejor tirador y técnicamente había muchos jugadores mejores que él; sin embargo tenía una serie de virtudes, hoy en día infravaloradas en un base, que le convertían en uno de los mejores bases de todos los tiempos. Tenía un dominio del tempo del partido que no se le ha visto a ningún base en toda la historia: sabía exactamente el ritmo que aplicar en cada momento, sabía a quién debía de pasarle el balón según las circunstancias, sabía cuándo el equipo necesitaba una canasta suya y cuando debía de dejar anotar a los demás. A todas estas virtudes, hay que añadirle una virtud que le hacía grande; viéndole jugar, daba la sensación de que no hacía falta nadie que les dirigiera desde el banquillo porque el entrenador parecía ser él. 




John Stockton, a quien Andrés Montes llamó cariñosamente la computadora, nació en Spokane, la segunda ciudad más grande de Washington, el 26 de marzo de 1966. Tras su etapa de High School, terminó su formación baloncestística en la Universidad de Gonzaga; en donde sus 20 puntos por partido durante su último año le permitieron ser elegido en la décimo-sexta posición del draft por los Utah Jazz en el año 1984. Sin embargo, una vez en el equipo de Salt Lake City, hubo que esperar tres años para gozar de la titularidad. En 1989 se unió al equipo otra de las grandes figuras del equipo que más tarde sería tan laureado, el entrenador Jerry Sloan. Con él, John Stockton se convirtió en el canalizador absoluto del juego del equipo. Años más tarde, tras 19 temporadas en las que tan sólo se perdió 22 partidos anunciaría su retirada de las canchas de juego con la modestia que le caracterizaba, a través de una sencilla nota de prensa.

Es una lástima que los aficionados de hoy en día prefieran el individualismo de los bases actuales a aquellos bases como John Stockton que lograban con su juego nada egoísta y pensando siempre en el bien del equipo engrasar la maquinaria baloncestística del juego de sus compañeros. Es una lástima que el marketing y ciertas bochornosas campañas de publicidad consigan hacernos creer que la inteligencia o los llamados "intangibles" son menos importantes que la caprichosidad de ciertas estrellas o una jugada aislada del jugón de turno.  Si, John Stockton se retiró sin hacer un mate, sin ser recordado por ninguna jugada en la que se driblaba a todo el equipo contrario, sin haber firmado ninguna campaña rimbombante de publicidad y tras soportar en silencio todas aquellas críticas infundadas que le señalaban como el base que le quito el sitio en el Dream Team al supravalorado Isiah Thomas. Sin embargo, los números quedan ahí. No sólo fue el responsable directo del buen juego colectivo de los Utah Jazz de mediados de los noventa; sino que, además, tiene el actual record de robos, asistencias, promedio de asistencias por partido, y número de asistencias en un sólo partido de la NBA. Además, fue varias veces elegido en los quintetos ideales, tanto defensivo como ofensivo, y MVP del All Stars del año 1993. 




Hoy en día, varios años después de la retirada de esos dos colosos, es innegable la enorme influencia de esos dos grandes jugadores en la ciudad de Salt Lake City. Su número, el doce, ya no volverá a ser utilizado por ningún otro jugador de los Jazz, una estatua con su figura fue erigida cerca del estadio de los Jazz, el ayuntamiento de Salt Lake City nombró una calle con su nombre, y los buenos aficionados al baloncesto nunca podremos olvidar aquello de "bip, bip, bip, bip, la informática a su servicio, Ordenadores Stockton".  

Chechu,

04/11/2012